jueves, 14 de febrero de 2019

Recuerda

*-**-**-* Recuerda *-**-**-*

Bajó de su casa despacio, como siempre. Vivía en un primer piso, sin ascensor. Bajar para realizar la compra representaba una fuerza de voluntad muy grande. A sus 89 años tener que bajar dos pisos, era una odisea. Mientras bajaba iba con cuidado para no tropezarse y caer, otra vez, por las escaleras. Iba repasando mentalmente el camino que debía realizar, para no tener que pensar en otras cosas. Llegó abajo y abrió la puerta de la calle, un golpe de luz y sonidos la abrumó, y tuvo que esperar un momento para poder cruzar el umbral que le llevaba al barullo del exterior. Llegar a la tienda no debería representar un gran esfuerzo, pero a la velocidad que ella andaba TODO estaba lejos. Esos “paseos” los realizaba siempre sola, su marido nunca la acompañaba, con lo que le servían para pensar. Aunque sus músculos, viejos y atrofiados, no le permitieran moverse a una velocidad normal, su mente sí que lo hacía. Mientras andaba recordaba, sobre todo recordaba, su largo paso por la vida. Recordaba su vida junto a sus hijos, junto a su marido. Recordaba un tiempo en el que trabajaba fuera de casa y no tenía que cuidar a su marido, ni tampoco preocuparse por recordar que pastillas les tocaba tomarse. Ni preocuparse por no olvidar de abastecer el botiquín.

Después de un viaje fatigoso, llegó hasta la puerta de la tienda. ya tenía hecho gran parte del camino. Fue a abrir la puerta pero un joven muy simpático se la abrió y esperó a que ella entrara, incluso le saludó con un alegre “Buenos días”. Era un chico bastante joven, que llevaba una gabardina de esas que se usaban más en sus tiempos. Ella cogió un carrito, que usó a modo de muleta, apoyándose en él y descansando un poco mientras hacía su visita por el establecimiento. La cajera no la vio cuando entró. A su edad ya mucha gente no la veía y si lo hacían disimulaban y miraban a otro lado. Fue haciendo su peregrinaje por los pasillos. No les prestaba mucha atención, su insignificante pensión no le permitía lujos. debía ceñirse a sus necesidades básicas para poder llegar a final de mes comiendo todos los días. De todas formas… la vida no es vida si uno no se da caprichos a veces. Una vez a la semana, hoy, compraba una botella de vino blanco para su marido. El pobre nunca se quejaba de lo mala cocinera que era. Lo que sí sabía hacer bien, era administrar el dinero, y sabía cómo reducir el gasto en comida para poder comprar esa botella. La cogió y cuatro cosas más que necesitaba. Solo compraba lo que necesitaba durante el día, el viaje de vuelta a casa era arduo y cargaba justo con lo que pudiese cargar. Al pasar por el pasillo del chocolate se detuvo. Hacía muchas semanas que no compraba. Antes le compraba una tableta a su marido cada dos por tres. Desde que su marido dejó de entrar dinero extra en casa, tuvo que controlar los dispendios y ya no compraba chocolate. Hoy iba a hacer un extra, cogió la tableta que más le gustaba a él y la puso en el carro. 

Llegó a la caja y poco a poco, fue poniendo las cosas encima para que la chica le cobrase. La chica, muy amable, le fue cobrando y cuando hubo terminado de pasarle todos los productos, le ofreció un paquete de varitas de surimi, que estaban de oferta, y seguro que le irían muy bien. Se le salía del gasto que tenía pensado, pero le daba pena la chica así que le dijo que sí. Cogió su compra y salió hacia su casa. El camino de vuelta era más fatigoso, tenía que llevar las bolsas hasta casa y como no tenía ascensor, no podía ir con carro hasta la calle. 

Cuando por fin consiguió llegar saludó a su marido, que estaba sentado mirando la televisión, este no le devolvió el saludo. Guardó la compra en la cocina y fue al comedor con él. Puso en una mesita el chocolate troceado para que pudiese cogerlo y se sentó en otro butacón a su lado. Buscó el mando y encendió el televisor. Su marido ya no era el mismo que antes. Se podía pasar horas mirando al vacío. De vez en cuando, la reconocía, o eso parecía, y a los dos se les iluminaban los ojos. Ella se reclinó en el sofá y alargó la mano para coger una chocolatina. Las manos de los dos se encontraron encima del plato y ella se la agarró fuerte. El contacto con su mano, con su piel, le llevaron a evocar viejos recuerdos, de tiempos pasados, algunos alegres y otros no tanto. A ella le tocaba ser la memoria de los dos. La memoria de ese amor que vivieron y que ella mantiene vivo. Un suspiro de tranquilidad le salió desde el fondo del alma, mientras que en la pantalla una voz la devolvía a la realidad:

“... aumenta el número de mujeres desaparecidas en la ciudad, la policía sospecha de…”




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