domingo, 27 de mayo de 2018

La revolución de las cloacas 5...


El mosso espera. Los dos que me han dado el alto tienen cara de cansados, cansados y cabreados. Me estoy planteando disculparme, dar media vuelta y volver por donde he venido. Pero la idea de volver a meterme en ese asqueroso agujero me resulta vomitiva. Así que pongo mi mejor cara de hacer amigos, levanto las manos hasta las caderas, despacio, y enseñándoles las palmas de las manos me la juego.

- Vengo de los túneles. Llevo desde que empezó el bombardeo bajo tierra y necesito un poco de agua y comida. 

Están los dos un rato hablando entre ellos.

- ¿Llevas algún arma?
- No. 
- ¿Móvil? ¿GPS? ¿algún aparato electrónico?
 - No, no llevo nada. Solo la linterna y mi botella vacía de agua. 
- De acuerdo. Pasa. Al final del andén hay una pequeña cocina y te darán algo. 

Les doy las gracias y paso entre ellos para entrar en la estación. Hasta que no me he alejado un poco, no empiezo a respirar de forma tranquila. Una pequeña escalera a cada lado permiten subir a los andenes. Subo al de la izquierda y efectivamente, al final, en un kiosco reacondicionado, un matrimonio mayor se mueve entre los fogones, preparando platos.
Me acerco a la "cocina" y cuando llego la mujer me pone un plato de potaje en las manos. Les pido si tienen agua y me rellena la botella de una garrafa que tienen detrás. Me dan también un botellín de cola, me dicen que me la tomé, que el azúcar me irá bien y que conserve el plato y la cuchara que no tienen muchos.
Me pongo el botellín del refresco en el bolsillo y con la comida y el agua busco un sitio donde sentarme y comer.
Hay bastante gente sentada en los andenes. Todo el mundo habla en voz baja. Cuando se escucha algún ruido diferente, se hace el silencio y se puede notar hasta la tensión que hacemos apretando los dientes y esperando que no pase nada.
Empiezo a subir por las escaleras de salida de la estación y en un descansillo encuentro sitio en el que me puedo sentar. Delante mío hay una pareja con una niña dormida entre sus piernas. Cuando acabo de comer, me acurruco cómo puedo y me vuelve el sueño. Supongo que mis sesiones de dormir 2 horas no me resultan tan productivas como que ella. Pero hay algo que me inquieta. Miro hacia arriba y le pregunto a una de las chicas.

- ¿Es seguro estar aquí? ¿no entran a buscarlos por la estación?
- No, la salida está bloqueada. Una de las bombas la reventó en el primer ataque. Nosotras tuvimos suerte porque estábamos abajo, pero llevamos aquí desde que empezó todo. Hay gente que ha probado suerte por el túnel para llegar a otra estación, pero nosotras, con nuestra niña, no nos la queremos jugar. De momento esto es un sitio seguro. 

Asiento con la cabeza e intento dormir un poco. Ahora resulta que no puedo dormir. No sé si será por la cafeína del refresco, o el hecho que estar en un sitio en el que solo hay una entrada me da muy mal rollo. Tengo una sensación de rata en una ratonera que no me la quito de la cabeza. Si viene el ejército, no creo que el camarero y mosso puedan ofrecer demasiada resistencia. Así que, como no puedo dormir, me levanto con la intención de explorar lo que queda de la estación. Subo el siguiente tramo de las escaleras y veo algo que me llama la atención. Hay un respiradero. Como de metro y medio de alto. Es una rejilla de ventilación y si es de ese tamaño espero que lo de atrás tenga un tamaño similar. El respiradero tiene una cerradura e intento hacer palanca con la cuchara para abrirla. La cuchara se me parte. Me pongo rojo y pienso en la cara de la cocinera si le pido otra, me la guardo en el bolsillo y busco algo más consistente para reventar la cerradura. Veo un extintor, así que voy a buscarlo. Está cerradura sí que la puedo burlar haciendo palanca con lo que queda de la cuchara. El extintor pesan más de lo que esperaba, pero espero usar su peso en mi favor. Le doy con el culo del extintor un par de golpes a la cerradura, que cede hacia dentro. Con el ruido sube una de las chicas a investigar qué es lo que lo provoca.

- Ya he estado en otro sitio "seguro" que saltó por los aires.- le digo- Prefiero tener otra salida por si nos encuentran.

Abro la puerta y la imagen que veo detrás me encanta, hay un túnel metálico que se encoge, si quiero pasar tendrá que ser a gatas, pero, admiración está limpio admiración.

Unos gritos y disparos me devuelven a la realidad.

miércoles, 9 de mayo de 2018

La revolución de las cloacas... 4...

Tras un rato andando por estos pestosos túneles oigo unos ruidos diferentes que vienen del lugar a donde me dirijo . Me detengo y pego mi cuerpo contra la pared. Cierro los ojos en un intento de aumentar la potencia y la definición de los ruidos que me llegan. Pero el intento es en vano. No consigo distinguir los ruidos, ni saber si vienen de lejos o de cerca. Con un miedo constante a lo que me pueda encontrar, sigo por el túnel. Me siento tentado a apagar la linterna, pero todavía no me atrevo a andar por aquí totalmente a oscuras.
Ahora, delante de mí, me encuentro con una bifurcación. Dos caminos que me llevan a dos destinos igual de inciertos. Por suerte, donde se cruzan los caminos, el techo es un poco más alto y puedo estar de pie mientras me decido.
Uno de los dos caminos está en silencio y del otro es de dónde provienen los ruidos que oigo...
¿Qué hacer...?
Al final me decido, voy a probar por dónde vienen los ruidos. Ahora ando un poco más despacio. Intento pegar mi cuerpo lo máximo la pared para reducir la silueta y la linterna la llevo medio tapada con una mano. Ya solo necesito un hilillo de luz para poder seguir el camino.
El ruido va aumentado de intensidad con lo que deduzco que me estoy acercando. No es un ruido concreto, pero sí que es fácilmente identificable. Gente. Ese ruido que hace mucha gente junta cuando no quieren hacer ruido.
El camino por el que voy gira en un codo a la izquierda a 20 metros de donde estoy y una pálida luz alumbra la pared. Apago mi linterna y me la guardo en el bolsillo. Doy un trago a lo que me queda de agua y la cierro. Lo que me pasa ahora mismo por la mente es que espero que este no sea el último trago de agua. Con mi botella en una mano me acerco con el máximo de sigilo posible al codo. El corazón me va a mil.
Asomo la cabeza con cuidado, con miedo a lo que pueda encontrar. Ante mi hay un amplio espacio lleno de gente. Es una vieja estación, abandonada, por la que cruza unas vías de ¿tren?¿Metro? la escena podría parecer la de cualquier película apocalíptica americana. Prácticamente no hay iluminación. Alguna linterna de camping, algún fuego en el suelo, poco más. Casi todo el mundo está sentado/tumbado en el suelo. Acurrucados, abrazándose, parecen mendigos que viven en la calle. Pero yo tengo la misma pinta que ellos. Me decido a salir de mi refugio. El agujero de dónde vengo acaba a 2 metros del suelo, el túnel tiene unos 3 o 4 metros hasta la estación. Dejo caer mi botella y voy controlando hasta dónde llega. Ahora mismo, mi botella vacía, es mi bien más preciado. Me descuelgo del agujero, con cuidado, primero me siento en el suelo pringoso y mojado, y después me doy la vuelta y me quedo colgado agarrándome con las manos hasta que me dejó caer. Me hago un poco de daño en las rodillas, quizás estaba más arriba de lo que creía. Recupero mi botella de agua y voy caminando por las vías para entrar en la estación. Cuando estoy a punto de entrar en la estación, dos tipos saltan desde el andén y me cortan el paso. Los dos llevan subfusiles. Uno con pantalón negro y una camisa rota que en algún momento fue blanca, y el otro, debajo del polvo, lleva un uniforme que consigo reconoce, pero no a la primera. Es un mosso d'esquadra.
-¿Y tú de dónde vienes?
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