sábado, 30 de marzo de 2019

Una guitarra

Me la van regalar quan em voltaven
somnis dels meus setze anys, encara adolescent,
entre les meves mans que tremolaven
jo vaig prendre ben fort aquell juguet.

Vàrem créixer plegats, jo em vaig fer un home;
ella es va anar espatllant al meu costat.
Ara que jo la veig bruta i trencada,
m'adono del molt que l'he estimat.

Primer els amics arriben.
Quan els amics se'n van,
sols queda una guitarra
per fer d'acompanyant.

Ara l'amor arriba.
Després l'amor se'n va.
Sols queda una guitarra
i el seu cant que plora.

Ara sé d'un company que mai no enganya,
que quan m'ompli de goig cantarà amb mi;
ja tinc un amic fidel, pobra guitarra:
canta quan canto jo i plora sempre amb mi.

Video pulsa aquí...

miércoles, 27 de marzo de 2019

HERIDO DE AMOR

Amor, amor, que está herido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Herido,
muerto de amor.

Bisturí de cuatro filos,
garganta rota,
y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy malherido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.

Video Ana Belen... Pulsa Aquí.


martes, 5 de marzo de 2019

El aprendiz


*-**-**-* El aprendiz *-**-**-*

La cajera volvió a su puesto para afrontar las largas horas que le quedaban. Uno a uno iban pasando los clientes por delante suyo, gente insulsa, sin nada que le atrajera a primera vista. Eran clientes de los que a los cinco minutos no recordaría su paso por la tienda. Como imágenes borrosas de una película antigua iban desfilando por su caja. Ella con su chip automático se giraba hacia el siguiente cliente y haciendo un alarde de profesionalidad, una actuación merecedora de un Goya, le saludaba, dándole los buenos días, sin que en su cara se reflejara el asco que le tenía (o eso creía ella).

Entre un cliente y otro (¿como diferenciarlos?) entró alguien diferente por la puerta, uno de esos de los que se acordaba. No porque le pareciera más agradable que otro, si no todo lo contrario. Era uno de esos seres repulsivos de los que notaba su presencia nada más entrar por la puerta. Cuando entraba uno de ellos procuraba no sacarles la vista de encima por si, por un casual hacían algo que le permitiera echarlos a la calle. A este lo llamaba "El aprendiz" (tenía motes para todos: La viuda negra, el traficante, el varita de cangrejo... todos eran mala gente y no deseaba tener contacto con ellos).

El Aprendiz entró como siempre acompañado acompañado de una chica. Era una chica joven, alta, delgada, muy tímida y callada. Nunca habría la boca para opinar, como todas las que traía. El aprendiz venía a la tienda desde hacía un par de años. Siempre acompañado. Siempre con mujeres a las que parecía que les faltara una manta y un plato de sopa caliente. El aprendiz las torturaba y las amedrentaba hasta tal punto que le seguían como perritos asustados. Cada cierto tiempo cambiaba de acompañante, la anterior desaparecía y nunca más se volvía a saber de ella. A esta chica le debía de quedar poco, ya no se movía con ese aire tan asustadizo. Ya se debía de estar adaptando a sus torturas, se estaba volviendo inmune y cuando eso pasaba la chica desaparecía y llegaba otra.

El aprendiz dió una vuelta por la tienda, con la chica siempre detrás suyo. En un papel llevaba las cosas que tenía que comprar apuntadas. Eran cuatro o cinco productos, los que siempre compraba, unos platos de comida rápida... unas cremas catalanas... De vez en cuando le susurraba algo a la chica, ella solo bajaba más la cabeza y no decía nada.

Al fin llegó a la caja. La cajera se giró hacia él y haciendo un alarde de profesionalidad, una actuación merecedora de un Goya, le saludó, dándole los buenos días, sin que en su cara se reflejara el asco que le tenía. O eso creía ella. Pasó los productos por el terminal, de vez en cuando miraba a la chica, pero esta miraba fijamente las puntas de sus zapatos. Cuando terminó miró al chico, que le devolvió la mirada con una sonrisa.

- Tengo de oferta esta semana las tabletas de chocolate ¿te pongo una?- El chico asintió y la cajera le sonrió, quizá un poco más de la cuenta.

El aprendiz cogió su compra y salió de la tienda, con su acompañante. Esta sería probablemente la última vez que la cajera la viera con vida, seguro que la cambiaría en breve por otra.

O eso creía ella.

El aprendiz... David se llamaba.... Cogió a la chica Marina (se llamaba ahora) de debajo del brazo, suavemente. Ella todavía temblaba cada vez que el se le acercaba. Empezaron a caminar, a pasear, tranquilamente calle abajo. Su habitación quedaba a dos calles. Mientras se dirigían hacia allí David iba hablándole, explicándole sus vivencias. Ella no le contestaba. Le costaba bastante entender su idioma y le costaba, sobretodo, olvidar. Le costaba olvidar su pasado, el tiempo que estuvo en su casa mientras las bombas caían a su alrededor. Le costaba olvidar cuando el militar de la facción dominante en ese momento llegaba a su pueblo, elegía su casa y la elegía a ella como botín de guerra. No podía dejar de recordar la promesa de ese usurero: en este país le iría mejor; aquí no habían guerras. De cómo ese hombre se quedó con todo su dinero y la vendió a una red de tráfico de mujeres. Le costaba olvidar todos los días, y todas las noches que estuvo encerrada en ese prostíbulo, obligada a dar placer a hombres y mujeres; con el único aliciente de la promesa vaga de que algún día dejaría de ser rentable y la dejarían marchar. Le costaba olvidar, y no quería hacerlo, el día en que la policía realizó una redada y consiguieron liberarla (esta vez no les había dado tiempo de encerrarlas en el sótano para que no las encontrasen). 

Ese día empezó una nueva vida y conoció a David. 

David se dedicaba a reubicar a chicas que tenían que empezar de nuevo. Trabajaba en una ONG en la que les daban alojamiento, una nueva identidad, y una nueva vida para que volvieran a empezar con su vida. Él se encargaba de enseñarles un poco el idioma, que perdieran el miedo, y que se habituaran a su nueva condición.

Cuando faltaba poco para llegar, David sacó la tableta de chocolate y la compartió con Marina.