viernes, 9 de abril de 2010

G.A. Bécquer

Para que leas con tus ojos grises,
para que cantes con tu clara voz,
para que llenen de emoción tu pecho
hice mis versos yo.

Para que encuentren en tu pecho asilo
y les des juventud, vida y calor,
las tres cosas que ya no puedo darles,
hice mis versos yo.

Para hacerte gozar con mi alegría,
para que sufras tu mi dolor,
para que sientas palpitar mi vida,
hice mis versos yo.

Para poder poner ante tus plantas
la ofrenda de mi vida y amor,
con alma, sueños rotos, risas, lágrimas,
hice mis versos yo.

jueves, 8 de abril de 2010

Encerrado en mi altillo....

y lo vuelvo a intentar... aquí, encerrado en mi altillo, escuchando el ruido de la noche, soñando con el ruido que hacen las estrellas cuando vuelan, pero no esos globos de gas incandescente, no, en el cielo las estrellas que vuelan son esas de 5 puntas y color amarillo canario.

Son esas mismas estrellas las que acompañan a la luna en sus paseos nocturnos.

y el silencio me acompaña, y las estrellas se van desplazando y la luna me sigue observando. Hace tiempo que no le canto, hace tiempo que no le hablo, nos tenemos olvidados un poco. Pero... en el fondo no me importa mucho y se que a ella tampoco. Nos conocemos desde hace muchos años, nos hemos visto el fondo del alma, y cuando nos cruzamos por la vida, en un momento, con una mirada, con un gesto, nos ponemos al día y creamos nuevos recuerdos.

miércoles, 7 de abril de 2010

DECIR ADIÓS

Decir adiós...
es negar este amor,
mientras me dejo morir,
porque amarte es imposible.

Es enterrar vivo un amor
más fuerte que la propia muerte,
que no se deja morir
por más que matarlo intente...

Es casi como decirte hasta nunca,
y poner sobre tu altar
un puñado de mis cenizas,
mientras, cobarde, el corazón
se estremece en mis entrañas.

Decir adiós...
es tener el corazón
tapizado de un dolor
que apuñala mis heridas
y no me quita la vida.

Es perderme en el laberinto
de mis amargas penas,
mientras me dices adiós,
cuando sé que marcharte
no quisieras.

Decir adiós...
¡es aterrador! ¡Es espantoso!
Es romper con una parte de mi historia,
la más feliz, llena de vida interior
y luminosa.

Es continuar avanzando,
sacando fuerzas del dolor,
y sonreír al pasar
como si nada malo sucediera.

Decir adiós...
es llegar con temor
al siniestro momento
de la despedida,
en que más feliz sería morir
que cambiar las galas de tu amor,
por el harapo de tu pperfectosEs dejar perder tu don perfecto
de brindar afecto y compañía,
formalizando mi soledad
en un lugar desierto
de tus besos y caricias.

Decir adiós...
es dejar sin escribirte mil poemas,
porque se escapa
tu amor de entre mis manos,
volviendo en oruga gris
la mariposa de luz que fui.

Es saber que toda tu magia
la compartiste conmigo,
que la he perdí,
y ya no es nuestra para siempre.

Decir adiós...
es habitar un infierno,
cuya única ventana mira

Ana Luisa Arellano Excelente




martes, 6 de abril de 2010

LA COMPRA DEL ASNO

(a los que compran libros sólo por
la encuadernación)

Ayer por mi calle
pasaba un Borrico,
el mas adornado
que en mi vida he visto.

Albarda y cabestro
eran nuevecitos,
con flecos de seda
rojos y amarillos.

Borlas y penacho
llevaba el pollino,
lazos, cascabeles
y otros atavíos.

Y hechos a tijera
con arte prolijo,
en pescuezo y anca
dibujos muy lindos.

Parece que el dueño,
que es, según me han dicho,
un galán gitano,
de los mas ladinos.
vendió aquella alhaja
a un hombre sencillo;
y añaden que al hombre
le costó un sentido.

Volviendo a su casa,
mostró a sus vecinos
la famosa compra,
y uno de ellos dijo:

-Veamos, compradre,
si este animalito
tiene tan buen cuerpo
como buen vestido.

Empezó a quitarle
todos los aliños,
y bajo la albarda,
al primer registro,
le hallaron el lomo
asaz malferido,
con seis mataduras
y tres lobanillos,
amén de dos grietas,
y un tumor antiguo
que bajo la cincha
estaba escondido.

-Burro -dijo el hombre-,
más que el Burro mismo
soy yo, que me pago
de adornos postizos.

A la fe que este lance
no echaré en olvido,
pues viene de molde
a un amigo mío,
el cual a buen precio
ha comprado un libro
bien encuadernado
que no vale un pito


Tomás de Iriarte