martes, 26 de febrero de 2019

Descanso

*-**-**-* Descanso *-**-**-*

Cuando acabó de cobrar a la anciana a la que le había vendido las varitas miró su reloj. Todavía le quedaban cuatro horas más de trabajo. Cuatro insufribles horas en las que debía de soportar a todo tipo de personajes. Avisó a su encargado y dejó su puesto en la caja para ir al baño. Evitó pasar por el pasillo del choocolate, no quería que la viese nadie allí. Pero al hacer eso se sonrió un poco. (Cada noche, cuando cerraba ella sola, con una jeringuilla les inyectaba un poco de mataratas a todos los chocolates, eran los preferidos de los locos)

jueves, 14 de febrero de 2019

Recuerda

*-**-**-* Recuerda *-**-**-*

Bajó de su casa despacio, como siempre. Vivía en un primer piso, sin ascensor. Bajar para realizar la compra representaba una fuerza de voluntad muy grande. A sus 89 años tener que bajar dos pisos, era una odisea. Mientras bajaba iba con cuidado para no tropezarse y caer, otra vez, por las escaleras. Iba repasando mentalmente el camino que debía realizar, para no tener que pensar en otras cosas. Llegó abajo y abrió la puerta de la calle, un golpe de luz y sonidos la abrumó, y tuvo que esperar un momento para poder cruzar el umbral que le llevaba al barullo del exterior. Llegar a la tienda no debería representar un gran esfuerzo, pero a la velocidad que ella andaba TODO estaba lejos. Esos “paseos” los realizaba siempre sola, su marido nunca la acompañaba, con lo que le servían para pensar. Aunque sus músculos, viejos y atrofiados, no le permitieran moverse a una velocidad normal, su mente sí que lo hacía. Mientras andaba recordaba, sobre todo recordaba, su largo paso por la vida. Recordaba su vida junto a sus hijos, junto a su marido. Recordaba un tiempo en el que trabajaba fuera de casa y no tenía que cuidar a su marido, ni tampoco preocuparse por recordar que pastillas les tocaba tomarse. Ni preocuparse por no olvidar de abastecer el botiquín.

Después de un viaje fatigoso, llegó hasta la puerta de la tienda. ya tenía hecho gran parte del camino. Fue a abrir la puerta pero un joven muy simpático se la abrió y esperó a que ella entrara, incluso le saludó con un alegre “Buenos días”. Era un chico bastante joven, que llevaba una gabardina de esas que se usaban más en sus tiempos. Ella cogió un carrito, que usó a modo de muleta, apoyándose en él y descansando un poco mientras hacía su visita por el establecimiento. La cajera no la vio cuando entró. A su edad ya mucha gente no la veía y si lo hacían disimulaban y miraban a otro lado. Fue haciendo su peregrinaje por los pasillos. No les prestaba mucha atención, su insignificante pensión no le permitía lujos. debía ceñirse a sus necesidades básicas para poder llegar a final de mes comiendo todos los días. De todas formas… la vida no es vida si uno no se da caprichos a veces. Una vez a la semana, hoy, compraba una botella de vino blanco para su marido. El pobre nunca se quejaba de lo mala cocinera que era. Lo que sí sabía hacer bien, era administrar el dinero, y sabía cómo reducir el gasto en comida para poder comprar esa botella. La cogió y cuatro cosas más que necesitaba. Solo compraba lo que necesitaba durante el día, el viaje de vuelta a casa era arduo y cargaba justo con lo que pudiese cargar. Al pasar por el pasillo del chocolate se detuvo. Hacía muchas semanas que no compraba. Antes le compraba una tableta a su marido cada dos por tres. Desde que su marido dejó de entrar dinero extra en casa, tuvo que controlar los dispendios y ya no compraba chocolate. Hoy iba a hacer un extra, cogió la tableta que más le gustaba a él y la puso en el carro. 

Llegó a la caja y poco a poco, fue poniendo las cosas encima para que la chica le cobrase. La chica, muy amable, le fue cobrando y cuando hubo terminado de pasarle todos los productos, le ofreció un paquete de varitas de surimi, que estaban de oferta, y seguro que le irían muy bien. Se le salía del gasto que tenía pensado, pero le daba pena la chica así que le dijo que sí. Cogió su compra y salió hacia su casa. El camino de vuelta era más fatigoso, tenía que llevar las bolsas hasta casa y como no tenía ascensor, no podía ir con carro hasta la calle. 

Cuando por fin consiguió llegar saludó a su marido, que estaba sentado mirando la televisión, este no le devolvió el saludo. Guardó la compra en la cocina y fue al comedor con él. Puso en una mesita el chocolate troceado para que pudiese cogerlo y se sentó en otro butacón a su lado. Buscó el mando y encendió el televisor. Su marido ya no era el mismo que antes. Se podía pasar horas mirando al vacío. De vez en cuando, la reconocía, o eso parecía, y a los dos se les iluminaban los ojos. Ella se reclinó en el sofá y alargó la mano para coger una chocolatina. Las manos de los dos se encontraron encima del plato y ella se la agarró fuerte. El contacto con su mano, con su piel, le llevaron a evocar viejos recuerdos, de tiempos pasados, algunos alegres y otros no tanto. A ella le tocaba ser la memoria de los dos. La memoria de ese amor que vivieron y que ella mantiene vivo. Un suspiro de tranquilidad le salió desde el fondo del alma, mientras que en la pantalla una voz la devolvía a la realidad:

“... aumenta el número de mujeres desaparecidas en la ciudad, la policía sospecha de…”




martes, 12 de febrero de 2019

El olor



*-**-**-* El olor *-**-**-*


Se levantó del suelo, el golpe le había cogido por sorpresa. El hombre que le había empujado era un imbécil. A parte de que era culpa suya, no paraba de gritarle. ¡ENANO! Le decía y otras cosas desagradables. Ya se lo había encontrado alguna otra vez en la tienda o en el barrio y era una persona insoportable, merecía que le diesen una paliza. Pero esas cosas no pasan nunca. Se levantó y se arregló su gabardina. Ya tenía lo que necesitaba, pero remoloneo un poco por la tienda para no volver a encontrarse con el tipo alto y grande.

Cuando daba vueltas iba mirando de reojo a la caja esperando a que se marchara esa persona tan desagradable. Se detuvo delante del expositor de chocolate ya que tenía buena vista de la caja y no le veían a él. Mientras esperaba, una tableta le llamó la atención. Era un chocolate que antes comía mucho, pero ahora hacía tiempo que él no comía. 

Él, ahora era él. Antes era ella. Hace poco menos de un año se sometió a una operación y cambió de sexo, de hábitos, de nombre y de familia. Había empezado aquí, en esta ciudad para tener una vida nueva. Su vida no era nada especial. Trabajaba en una fábrica de procesamiento de surimis. Su trabajo era asegurarse que los productos finales tuvieran el aspecto, el olor y sobretodo el sabor que buscaban. El sabor. Él era un especialista en modificar el surimi para conseguir el sabor perfecto, con todos los matices. Decidió darse un capricho, cogió la tableta y la puso en su cesto. Siempre compraba poco ya que no comía mucho. Cuando la caja estuvo despejada, fué hacia allí. 

La cajera se giró hacia él y haciendo un alarde de profesionalidad, una actuación merecedora de un Goya, le saludó, dándole los buenos días, sin que en su cara se reflejara el asco que le tenía. O eso creía ella. El aroma que desprendía el tipo metido en la gabardina, le hacía escocer los ojos. Había notado que entraba en la tienda incluso estando de espalda a la caja. Siempre el mismo olor. Un olor como a varitas de cangrejo. Muchas varitas. Él le sonrió y le saludó de forma cordial. Puso las cuatro cosas que había comprado para llevarse al trabajo para comer y le pagó. La cajera le cobró de la manera más rápida que le fué posible y cuando hubo finalizado la compra salió despidiéndose de ella y dejando olor a surimi por toda la tienda. 

Fué andando hasta su trabajo, ya que no estaba lejos. Cuando llegó dejó sus cosas en la taquilla y se puso a trabajar. Hoy estaba solo, pasaba muy a menudo, ya que casi todo estaba robotizado. Pasó su turno sin incidentes, pero cuando quedaba media hora para finalizar su trabajo, alguien llamó a la puerta. Bajó y allí estaba un "conocido" suyo. El trabajo en la fábrica no estaba muy bien pagado y a veces hacía trabajos "extras". El hombre de la puerta venía con  otros dos. Que llevaban una bolsa grande. Los dejo pasar y subieron por la escalera hasta la parte superior de la máquina. Abrieron la bolsa y dentro había un hombre desnudo, lleno de sangre. Lo cogieron entre los cuatro por encima la barandilla de seguridad, ya que era un tipo alto y grande, y lo lanzaron a la trituradora de pescado. La máquina hizo su trabajo y en pocos minutos ya no quedaba ni rastro. El que había llamado a la puerta le dió un abultado sobre y los tres se fueron por donde había venido. 

Dejó el sobre encima de su escritorio y empezó a buscar los saborizantes adecuados para que el surimi que saliera mañana compactado tuviera el sabor de cangrejo. 

Y su olor.


jueves, 7 de febrero de 2019

Tráfico

*-**-**-*  Tráfico *-**-**-*

Era un tipo alto y grande. Entró en la tienda para hacer tiempo, con la cabeza alta, mirando desde arriba, con esa actitud desagradable que acostumbraba a llevar. La cajera le saludó con desgana, esa de alguien que está haciendo algo que le obligan a hacer y que, si fuera por ella, ni le dirigiría la palabra. El tipo escupió un "Buenos Días" y empezó a dar vueltas por la tienda. Al girar por un pasillo de la tienda se tropezó con un hombrecillo que iba enfundado en una gabardina. Debido a la diferencia de tamaños el hombrecillo cayó al suelo del pasillo. El tipo grande en lugar de disculparse o ayudarle a levantarse, se alejó de allí llamándolo "ENANO", diciéndole que "a ver si miraba por donde andaba, que él no estaba dispuesto a hacerlo por él"
El tipo alto y grande, era una persona desagradable. Acostumbraba a entrar en tiendas para forzar a los trabajadores a cumplir sus exigencias, a que le hablaran de usted y de que, por mal que le cayese, le atendieran con una sonrisa en la cara. 

Después del encuentro con el tipo de la gabardina ya se sentía "feliz" (si es que pudiera sentir esa sensación) así que se fue hacia la caja. Cuando pasó por delante de la estantería de las chocolatinas, cogió una chocolatina pequeña y mientras se acercaba a la caja, en el momento en el creia que no le miraba nadie, se la guardó en el bolsillo. 

Cuando llegó a la caja, la cajera estaba terminando de cobrar a un hombre nervioso, extraño, que hablaba como saboreando las palabras. Cuando acabó de cobrarle se giró hacia el tipo alto y grande, y haciendo un alarde de profesionalidad, una actuación merecedora de un Goya, le saludó, dándole los buenos días, sin que en su cara se reflejara el asco que le tenía. Él, desagradable como siempre, la increpó, aprovechando el punto  de apoyo que le daba su posición de cliente, diciéndole que "hoy no pensaba comprar nada" ya que "Lo último que compró era una basura, tendría que poneros una reclamación para que os cerrarán el negocio" y se fue hacia la salida, la cajera, preguntandose cuanto le faltaba para acabar el turno, se giró hacia el siguiente cliente y haciendo un alarde de profesionalidad, una actuación merecedora de un Goya, le saludó, dándole los buenos días, sin que en su cara se reflejara el asco que le tenía.

El tipo alto y grande, se fue por la puerta. Cuando hubo girado la manzana sacó la chocolatina de su bolsillo y, con la alegría de quien roba sin necesidad, la abrió y la empezó a comer. Llegó a la puerta de su casa y mientras sacaba las llaves para abrir la portería, sonó su móvil. Solo había un mensaje. CORRE. La sangre le desapareció de la cara, la falsa seguridad, la bravuconería que tenía le desapareció de golpe. Tiró lo que quedaba de la chocolatina al suelo y apretando fuerte el móvil, miró a ambos lados de la calle y salió corriendo calle abajo yendo a buscar su coche. 

Llevaba tiempo trapicheando con la cocaína, comprando pequeñas cantidades y revendiendolas sacando un buen pico. Pero este último mes había empezado a comprar cantidades más grandes y seguro que algún otro vendedor se había fijado en él y ya empezaba a molestarse. Se metió en el coche y arrancó como un loco por la avenida, en busca de un lugar seguro, un lugar donde nadie lo encontrara, un lugar donde pudiera pensar y plantearse el siguiente movimiento. Cogió la autopista y se alejó de la ciudad. Cambió de carretera por una comarcal. En las afueras había grandes extensiones de tierras olvidadas, zonas de antiguos cultivos que nadie usaba. Giró hacía un camino privado que le llevaba a una casona abandonada. Era propiedad de un familiar lejano suyo, uno que vivía fuera del país y nunca se acercaría por allí. Era su refugio. Su madriguera.

Se metió con el coche en un viejo garaje medio derruido. Apagó el motor y se echó para atrás. De repente se puso en tensión. Incorporado en el asiento un recuerdo le vino como un flash. Antes no se había dado cuenta por el impulso de la adrenalina. EL COCHE ESTABA ABIERTO CUANDO ÉL ENTRÓ...

Se despertó con un fuerte dolor en la nuca. Estaba medio sentado en una silla. Con las manos atadas por detrás. ¡Qué tonto había sido! Los había traído a su refugio. En la planta de arriba, tras las paredes, estaba escondido su alijo y él los había traído hasta él... pero... y el mensaje... El que se lo había mandado era un socio de confianza. ¿le había traicionado? Tres hombres grandes delante suyo hablaban entre ellos, no se habían dado cuenta de que había recobrado la consciencia. Uno de ellos se movió un poco y pudo ver a su socio en otra silla. Sangrando. Son la cabeza echada hacia adelante. No se movía. Uno de los hombres lo vió, fué hacia él y le dió un puñetazo. Le estuvo sacudiendo un rato, sin decir nada. Otro le detuvo, se le acercó y le preguntó:

- ¿Dónde está?
- ¡NO LO TENGO! - mintió, era consciente de que si hablaba lo mataría allí mismo.

Se apartó y el primero volvió a pegarle. Después de unos cuantos golpes, paró y fué él el que preguntó:

-¿¡DÓNDE ESTÁ!? 

Este tenía un acento ruso más marcado. Más que el anterior. No querían la droga...

Ahora ya pudo unir todas las piezas. Estos tres eran hermanos de Katrina, su esposa. Durante un viaje al este él se... encaprichó de Katrina, se casó con ella y la trajo a su casa. Al principio todo fué bien, pero duró poco. Ella empezó a conocerle, a querer salir sola a la calle, a querer tomar sus decisiones y tuvo que terminar la relación.

De eso hacía ya casi dos años.

Y aquí estaban sus hermanos buscandola. Un leve, casi imperceptible, involuntario, movimiento de sus ojos, enfocaron unas tablas del suelo. El movimiento justo para que uno de los hermanos lo viese. Agarró una barra de hierro y fué hasta las tablas. Las arrancó y las arrojó a un lado. Se quedó quieto, inmóvil. Sus hermanos fueron hacia allí corriendo. Uno se agachó para sacar el cuerpo del agujero. Él intentó aprovechar ese momento para soltarse de las cuerdas. Intentaba mirar hacia atrás para ver cómo estaba hecho el nudo. Cuando volvió a mirar hacia adelante, lo que vió fue la barra de hierro que iba hacia su cara. 

Y eso fue lo último que vió, pero no lo último que sintió...