viernes, 19 de abril de 2019

De mudanza....

Tras más de 12 años compartiendo contenido en Blogger nos mudamos... Ya hemos empezado a trasladar los primeros muebles.
Os hemos puesto un texto de la antigua SGR (versión papel) para que lo disfruteis.

Nos vemos en  https://survivorgamesrol.wordpress.com

La SGR.

sábado, 30 de marzo de 2019

Una guitarra

Me la van regalar quan em voltaven
somnis dels meus setze anys, encara adolescent,
entre les meves mans que tremolaven
jo vaig prendre ben fort aquell juguet.

Vàrem créixer plegats, jo em vaig fer un home;
ella es va anar espatllant al meu costat.
Ara que jo la veig bruta i trencada,
m'adono del molt que l'he estimat.

Primer els amics arriben.
Quan els amics se'n van,
sols queda una guitarra
per fer d'acompanyant.

Ara l'amor arriba.
Després l'amor se'n va.
Sols queda una guitarra
i el seu cant que plora.

Ara sé d'un company que mai no enganya,
que quan m'ompli de goig cantarà amb mi;
ja tinc un amic fidel, pobra guitarra:
canta quan canto jo i plora sempre amb mi.

Video pulsa aquí...

miércoles, 27 de marzo de 2019

HERIDO DE AMOR

Amor, amor, que está herido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Herido,
muerto de amor.

Bisturí de cuatro filos,
garganta rota,
y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy malherido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.

Video Ana Belen... Pulsa Aquí.


martes, 5 de marzo de 2019

El aprendiz


*-**-**-* El aprendiz *-**-**-*

La cajera volvió a su puesto para afrontar las largas horas que le quedaban. Uno a uno iban pasando los clientes por delante suyo, gente insulsa, sin nada que le atrajera a primera vista. Eran clientes de los que a los cinco minutos no recordaría su paso por la tienda. Como imágenes borrosas de una película antigua iban desfilando por su caja. Ella con su chip automático se giraba hacia el siguiente cliente y haciendo un alarde de profesionalidad, una actuación merecedora de un Goya, le saludaba, dándole los buenos días, sin que en su cara se reflejara el asco que le tenía (o eso creía ella).

Entre un cliente y otro (¿como diferenciarlos?) entró alguien diferente por la puerta, uno de esos de los que se acordaba. No porque le pareciera más agradable que otro, si no todo lo contrario. Era uno de esos seres repulsivos de los que notaba su presencia nada más entrar por la puerta. Cuando entraba uno de ellos procuraba no sacarles la vista de encima por si, por un casual hacían algo que le permitiera echarlos a la calle. A este lo llamaba "El aprendiz" (tenía motes para todos: La viuda negra, el traficante, el varita de cangrejo... todos eran mala gente y no deseaba tener contacto con ellos).

El Aprendiz entró como siempre acompañado acompañado de una chica. Era una chica joven, alta, delgada, muy tímida y callada. Nunca habría la boca para opinar, como todas las que traía. El aprendiz venía a la tienda desde hacía un par de años. Siempre acompañado. Siempre con mujeres a las que parecía que les faltara una manta y un plato de sopa caliente. El aprendiz las torturaba y las amedrentaba hasta tal punto que le seguían como perritos asustados. Cada cierto tiempo cambiaba de acompañante, la anterior desaparecía y nunca más se volvía a saber de ella. A esta chica le debía de quedar poco, ya no se movía con ese aire tan asustadizo. Ya se debía de estar adaptando a sus torturas, se estaba volviendo inmune y cuando eso pasaba la chica desaparecía y llegaba otra.

El aprendiz dió una vuelta por la tienda, con la chica siempre detrás suyo. En un papel llevaba las cosas que tenía que comprar apuntadas. Eran cuatro o cinco productos, los que siempre compraba, unos platos de comida rápida... unas cremas catalanas... De vez en cuando le susurraba algo a la chica, ella solo bajaba más la cabeza y no decía nada.

Al fin llegó a la caja. La cajera se giró hacia él y haciendo un alarde de profesionalidad, una actuación merecedora de un Goya, le saludó, dándole los buenos días, sin que en su cara se reflejara el asco que le tenía. O eso creía ella. Pasó los productos por el terminal, de vez en cuando miraba a la chica, pero esta miraba fijamente las puntas de sus zapatos. Cuando terminó miró al chico, que le devolvió la mirada con una sonrisa.

- Tengo de oferta esta semana las tabletas de chocolate ¿te pongo una?- El chico asintió y la cajera le sonrió, quizá un poco más de la cuenta.

El aprendiz cogió su compra y salió de la tienda, con su acompañante. Esta sería probablemente la última vez que la cajera la viera con vida, seguro que la cambiaría en breve por otra.

O eso creía ella.

El aprendiz... David se llamaba.... Cogió a la chica Marina (se llamaba ahora) de debajo del brazo, suavemente. Ella todavía temblaba cada vez que el se le acercaba. Empezaron a caminar, a pasear, tranquilamente calle abajo. Su habitación quedaba a dos calles. Mientras se dirigían hacia allí David iba hablándole, explicándole sus vivencias. Ella no le contestaba. Le costaba bastante entender su idioma y le costaba, sobretodo, olvidar. Le costaba olvidar su pasado, el tiempo que estuvo en su casa mientras las bombas caían a su alrededor. Le costaba olvidar cuando el militar de la facción dominante en ese momento llegaba a su pueblo, elegía su casa y la elegía a ella como botín de guerra. No podía dejar de recordar la promesa de ese usurero: en este país le iría mejor; aquí no habían guerras. De cómo ese hombre se quedó con todo su dinero y la vendió a una red de tráfico de mujeres. Le costaba olvidar todos los días, y todas las noches que estuvo encerrada en ese prostíbulo, obligada a dar placer a hombres y mujeres; con el único aliciente de la promesa vaga de que algún día dejaría de ser rentable y la dejarían marchar. Le costaba olvidar, y no quería hacerlo, el día en que la policía realizó una redada y consiguieron liberarla (esta vez no les había dado tiempo de encerrarlas en el sótano para que no las encontrasen). 

Ese día empezó una nueva vida y conoció a David. 

David se dedicaba a reubicar a chicas que tenían que empezar de nuevo. Trabajaba en una ONG en la que les daban alojamiento, una nueva identidad, y una nueva vida para que volvieran a empezar con su vida. Él se encargaba de enseñarles un poco el idioma, que perdieran el miedo, y que se habituaran a su nueva condición.

Cuando faltaba poco para llegar, David sacó la tableta de chocolate y la compartió con Marina.

martes, 26 de febrero de 2019

Descanso

*-**-**-* Descanso *-**-**-*

Cuando acabó de cobrar a la anciana a la que le había vendido las varitas miró su reloj. Todavía le quedaban cuatro horas más de trabajo. Cuatro insufribles horas en las que debía de soportar a todo tipo de personajes. Avisó a su encargado y dejó su puesto en la caja para ir al baño. Evitó pasar por el pasillo del choocolate, no quería que la viese nadie allí. Pero al hacer eso se sonrió un poco. (Cada noche, cuando cerraba ella sola, con una jeringuilla les inyectaba un poco de mataratas a todos los chocolates, eran los preferidos de los locos)

jueves, 14 de febrero de 2019

Recuerda

*-**-**-* Recuerda *-**-**-*

Bajó de su casa despacio, como siempre. Vivía en un primer piso, sin ascensor. Bajar para realizar la compra representaba una fuerza de voluntad muy grande. A sus 89 años tener que bajar dos pisos, era una odisea. Mientras bajaba iba con cuidado para no tropezarse y caer, otra vez, por las escaleras. Iba repasando mentalmente el camino que debía realizar, para no tener que pensar en otras cosas. Llegó abajo y abrió la puerta de la calle, un golpe de luz y sonidos la abrumó, y tuvo que esperar un momento para poder cruzar el umbral que le llevaba al barullo del exterior. Llegar a la tienda no debería representar un gran esfuerzo, pero a la velocidad que ella andaba TODO estaba lejos. Esos “paseos” los realizaba siempre sola, su marido nunca la acompañaba, con lo que le servían para pensar. Aunque sus músculos, viejos y atrofiados, no le permitieran moverse a una velocidad normal, su mente sí que lo hacía. Mientras andaba recordaba, sobre todo recordaba, su largo paso por la vida. Recordaba su vida junto a sus hijos, junto a su marido. Recordaba un tiempo en el que trabajaba fuera de casa y no tenía que cuidar a su marido, ni tampoco preocuparse por recordar que pastillas les tocaba tomarse. Ni preocuparse por no olvidar de abastecer el botiquín.

Después de un viaje fatigoso, llegó hasta la puerta de la tienda. ya tenía hecho gran parte del camino. Fue a abrir la puerta pero un joven muy simpático se la abrió y esperó a que ella entrara, incluso le saludó con un alegre “Buenos días”. Era un chico bastante joven, que llevaba una gabardina de esas que se usaban más en sus tiempos. Ella cogió un carrito, que usó a modo de muleta, apoyándose en él y descansando un poco mientras hacía su visita por el establecimiento. La cajera no la vio cuando entró. A su edad ya mucha gente no la veía y si lo hacían disimulaban y miraban a otro lado. Fue haciendo su peregrinaje por los pasillos. No les prestaba mucha atención, su insignificante pensión no le permitía lujos. debía ceñirse a sus necesidades básicas para poder llegar a final de mes comiendo todos los días. De todas formas… la vida no es vida si uno no se da caprichos a veces. Una vez a la semana, hoy, compraba una botella de vino blanco para su marido. El pobre nunca se quejaba de lo mala cocinera que era. Lo que sí sabía hacer bien, era administrar el dinero, y sabía cómo reducir el gasto en comida para poder comprar esa botella. La cogió y cuatro cosas más que necesitaba. Solo compraba lo que necesitaba durante el día, el viaje de vuelta a casa era arduo y cargaba justo con lo que pudiese cargar. Al pasar por el pasillo del chocolate se detuvo. Hacía muchas semanas que no compraba. Antes le compraba una tableta a su marido cada dos por tres. Desde que su marido dejó de entrar dinero extra en casa, tuvo que controlar los dispendios y ya no compraba chocolate. Hoy iba a hacer un extra, cogió la tableta que más le gustaba a él y la puso en el carro. 

Llegó a la caja y poco a poco, fue poniendo las cosas encima para que la chica le cobrase. La chica, muy amable, le fue cobrando y cuando hubo terminado de pasarle todos los productos, le ofreció un paquete de varitas de surimi, que estaban de oferta, y seguro que le irían muy bien. Se le salía del gasto que tenía pensado, pero le daba pena la chica así que le dijo que sí. Cogió su compra y salió hacia su casa. El camino de vuelta era más fatigoso, tenía que llevar las bolsas hasta casa y como no tenía ascensor, no podía ir con carro hasta la calle. 

Cuando por fin consiguió llegar saludó a su marido, que estaba sentado mirando la televisión, este no le devolvió el saludo. Guardó la compra en la cocina y fue al comedor con él. Puso en una mesita el chocolate troceado para que pudiese cogerlo y se sentó en otro butacón a su lado. Buscó el mando y encendió el televisor. Su marido ya no era el mismo que antes. Se podía pasar horas mirando al vacío. De vez en cuando, la reconocía, o eso parecía, y a los dos se les iluminaban los ojos. Ella se reclinó en el sofá y alargó la mano para coger una chocolatina. Las manos de los dos se encontraron encima del plato y ella se la agarró fuerte. El contacto con su mano, con su piel, le llevaron a evocar viejos recuerdos, de tiempos pasados, algunos alegres y otros no tanto. A ella le tocaba ser la memoria de los dos. La memoria de ese amor que vivieron y que ella mantiene vivo. Un suspiro de tranquilidad le salió desde el fondo del alma, mientras que en la pantalla una voz la devolvía a la realidad:

“... aumenta el número de mujeres desaparecidas en la ciudad, la policía sospecha de…”




martes, 12 de febrero de 2019

El olor



*-**-**-* El olor *-**-**-*


Se levantó del suelo, el golpe le había cogido por sorpresa. El hombre que le había empujado era un imbécil. A parte de que era culpa suya, no paraba de gritarle. ¡ENANO! Le decía y otras cosas desagradables. Ya se lo había encontrado alguna otra vez en la tienda o en el barrio y era una persona insoportable, merecía que le diesen una paliza. Pero esas cosas no pasan nunca. Se levantó y se arregló su gabardina. Ya tenía lo que necesitaba, pero remoloneo un poco por la tienda para no volver a encontrarse con el tipo alto y grande.

Cuando daba vueltas iba mirando de reojo a la caja esperando a que se marchara esa persona tan desagradable. Se detuvo delante del expositor de chocolate ya que tenía buena vista de la caja y no le veían a él. Mientras esperaba, una tableta le llamó la atención. Era un chocolate que antes comía mucho, pero ahora hacía tiempo que él no comía. 

Él, ahora era él. Antes era ella. Hace poco menos de un año se sometió a una operación y cambió de sexo, de hábitos, de nombre y de familia. Había empezado aquí, en esta ciudad para tener una vida nueva. Su vida no era nada especial. Trabajaba en una fábrica de procesamiento de surimis. Su trabajo era asegurarse que los productos finales tuvieran el aspecto, el olor y sobretodo el sabor que buscaban. El sabor. Él era un especialista en modificar el surimi para conseguir el sabor perfecto, con todos los matices. Decidió darse un capricho, cogió la tableta y la puso en su cesto. Siempre compraba poco ya que no comía mucho. Cuando la caja estuvo despejada, fué hacia allí. 

La cajera se giró hacia él y haciendo un alarde de profesionalidad, una actuación merecedora de un Goya, le saludó, dándole los buenos días, sin que en su cara se reflejara el asco que le tenía. O eso creía ella. El aroma que desprendía el tipo metido en la gabardina, le hacía escocer los ojos. Había notado que entraba en la tienda incluso estando de espalda a la caja. Siempre el mismo olor. Un olor como a varitas de cangrejo. Muchas varitas. Él le sonrió y le saludó de forma cordial. Puso las cuatro cosas que había comprado para llevarse al trabajo para comer y le pagó. La cajera le cobró de la manera más rápida que le fué posible y cuando hubo finalizado la compra salió despidiéndose de ella y dejando olor a surimi por toda la tienda. 

Fué andando hasta su trabajo, ya que no estaba lejos. Cuando llegó dejó sus cosas en la taquilla y se puso a trabajar. Hoy estaba solo, pasaba muy a menudo, ya que casi todo estaba robotizado. Pasó su turno sin incidentes, pero cuando quedaba media hora para finalizar su trabajo, alguien llamó a la puerta. Bajó y allí estaba un "conocido" suyo. El trabajo en la fábrica no estaba muy bien pagado y a veces hacía trabajos "extras". El hombre de la puerta venía con  otros dos. Que llevaban una bolsa grande. Los dejo pasar y subieron por la escalera hasta la parte superior de la máquina. Abrieron la bolsa y dentro había un hombre desnudo, lleno de sangre. Lo cogieron entre los cuatro por encima la barandilla de seguridad, ya que era un tipo alto y grande, y lo lanzaron a la trituradora de pescado. La máquina hizo su trabajo y en pocos minutos ya no quedaba ni rastro. El que había llamado a la puerta le dió un abultado sobre y los tres se fueron por donde había venido. 

Dejó el sobre encima de su escritorio y empezó a buscar los saborizantes adecuados para que el surimi que saliera mañana compactado tuviera el sabor de cangrejo. 

Y su olor.


jueves, 7 de febrero de 2019

Tráfico

*-**-**-*  Tráfico *-**-**-*

Era un tipo alto y grande. Entró en la tienda para hacer tiempo, con la cabeza alta, mirando desde arriba, con esa actitud desagradable que acostumbraba a llevar. La cajera le saludó con desgana, esa de alguien que está haciendo algo que le obligan a hacer y que, si fuera por ella, ni le dirigiría la palabra. El tipo escupió un "Buenos Días" y empezó a dar vueltas por la tienda. Al girar por un pasillo de la tienda se tropezó con un hombrecillo que iba enfundado en una gabardina. Debido a la diferencia de tamaños el hombrecillo cayó al suelo del pasillo. El tipo grande en lugar de disculparse o ayudarle a levantarse, se alejó de allí llamándolo "ENANO", diciéndole que "a ver si miraba por donde andaba, que él no estaba dispuesto a hacerlo por él"
El tipo alto y grande, era una persona desagradable. Acostumbraba a entrar en tiendas para forzar a los trabajadores a cumplir sus exigencias, a que le hablaran de usted y de que, por mal que le cayese, le atendieran con una sonrisa en la cara. 

Después del encuentro con el tipo de la gabardina ya se sentía "feliz" (si es que pudiera sentir esa sensación) así que se fue hacia la caja. Cuando pasó por delante de la estantería de las chocolatinas, cogió una chocolatina pequeña y mientras se acercaba a la caja, en el momento en el creia que no le miraba nadie, se la guardó en el bolsillo. 

Cuando llegó a la caja, la cajera estaba terminando de cobrar a un hombre nervioso, extraño, que hablaba como saboreando las palabras. Cuando acabó de cobrarle se giró hacia el tipo alto y grande, y haciendo un alarde de profesionalidad, una actuación merecedora de un Goya, le saludó, dándole los buenos días, sin que en su cara se reflejara el asco que le tenía. Él, desagradable como siempre, la increpó, aprovechando el punto  de apoyo que le daba su posición de cliente, diciéndole que "hoy no pensaba comprar nada" ya que "Lo último que compró era una basura, tendría que poneros una reclamación para que os cerrarán el negocio" y se fue hacia la salida, la cajera, preguntandose cuanto le faltaba para acabar el turno, se giró hacia el siguiente cliente y haciendo un alarde de profesionalidad, una actuación merecedora de un Goya, le saludó, dándole los buenos días, sin que en su cara se reflejara el asco que le tenía.

El tipo alto y grande, se fue por la puerta. Cuando hubo girado la manzana sacó la chocolatina de su bolsillo y, con la alegría de quien roba sin necesidad, la abrió y la empezó a comer. Llegó a la puerta de su casa y mientras sacaba las llaves para abrir la portería, sonó su móvil. Solo había un mensaje. CORRE. La sangre le desapareció de la cara, la falsa seguridad, la bravuconería que tenía le desapareció de golpe. Tiró lo que quedaba de la chocolatina al suelo y apretando fuerte el móvil, miró a ambos lados de la calle y salió corriendo calle abajo yendo a buscar su coche. 

Llevaba tiempo trapicheando con la cocaína, comprando pequeñas cantidades y revendiendolas sacando un buen pico. Pero este último mes había empezado a comprar cantidades más grandes y seguro que algún otro vendedor se había fijado en él y ya empezaba a molestarse. Se metió en el coche y arrancó como un loco por la avenida, en busca de un lugar seguro, un lugar donde nadie lo encontrara, un lugar donde pudiera pensar y plantearse el siguiente movimiento. Cogió la autopista y se alejó de la ciudad. Cambió de carretera por una comarcal. En las afueras había grandes extensiones de tierras olvidadas, zonas de antiguos cultivos que nadie usaba. Giró hacía un camino privado que le llevaba a una casona abandonada. Era propiedad de un familiar lejano suyo, uno que vivía fuera del país y nunca se acercaría por allí. Era su refugio. Su madriguera.

Se metió con el coche en un viejo garaje medio derruido. Apagó el motor y se echó para atrás. De repente se puso en tensión. Incorporado en el asiento un recuerdo le vino como un flash. Antes no se había dado cuenta por el impulso de la adrenalina. EL COCHE ESTABA ABIERTO CUANDO ÉL ENTRÓ...

Se despertó con un fuerte dolor en la nuca. Estaba medio sentado en una silla. Con las manos atadas por detrás. ¡Qué tonto había sido! Los había traído a su refugio. En la planta de arriba, tras las paredes, estaba escondido su alijo y él los había traído hasta él... pero... y el mensaje... El que se lo había mandado era un socio de confianza. ¿le había traicionado? Tres hombres grandes delante suyo hablaban entre ellos, no se habían dado cuenta de que había recobrado la consciencia. Uno de ellos se movió un poco y pudo ver a su socio en otra silla. Sangrando. Son la cabeza echada hacia adelante. No se movía. Uno de los hombres lo vió, fué hacia él y le dió un puñetazo. Le estuvo sacudiendo un rato, sin decir nada. Otro le detuvo, se le acercó y le preguntó:

- ¿Dónde está?
- ¡NO LO TENGO! - mintió, era consciente de que si hablaba lo mataría allí mismo.

Se apartó y el primero volvió a pegarle. Después de unos cuantos golpes, paró y fué él el que preguntó:

-¿¡DÓNDE ESTÁ!? 

Este tenía un acento ruso más marcado. Más que el anterior. No querían la droga...

Ahora ya pudo unir todas las piezas. Estos tres eran hermanos de Katrina, su esposa. Durante un viaje al este él se... encaprichó de Katrina, se casó con ella y la trajo a su casa. Al principio todo fué bien, pero duró poco. Ella empezó a conocerle, a querer salir sola a la calle, a querer tomar sus decisiones y tuvo que terminar la relación.

De eso hacía ya casi dos años.

Y aquí estaban sus hermanos buscandola. Un leve, casi imperceptible, involuntario, movimiento de sus ojos, enfocaron unas tablas del suelo. El movimiento justo para que uno de los hermanos lo viese. Agarró una barra de hierro y fué hasta las tablas. Las arrancó y las arrojó a un lado. Se quedó quieto, inmóvil. Sus hermanos fueron hacia allí corriendo. Uno se agachó para sacar el cuerpo del agujero. Él intentó aprovechar ese momento para soltarse de las cuerdas. Intentaba mirar hacia atrás para ver cómo estaba hecho el nudo. Cuando volvió a mirar hacia adelante, lo que vió fue la barra de hierro que iba hacia su cara. 

Y eso fue lo último que vió, pero no lo último que sintió...









miércoles, 30 de enero de 2019

Cordura .




*-**-*-* Cordura *-**-**-*

Hoy era miércoles, y como cada miércoles que no era 15 ni 23, entró en el establecimiento. Saludó a la cajera con un buenos días y cogió un carrito para ponerse a recorrer el establecimiento. Empezó por el primer expositor al que le dedicó 3 minutos. Cogió una bolsa de comida, de la que cogía cada semana y la puso en el carrito. Al segundo expositor le dedicó 4,30 minutos, tenían 2 ofertas y estuvo comprobando los pesos por kilo, el precio anterior y la procedencia. Al final se decantó por el que creía... estaba convencido de que era el más ventajoso para su bolsillo en la relación calidad precio. Así estuvo moviéndose por el local, paseando por todas las secciones, de manera cabal y organizada. Los productos que eligió no difirieron mucho de lo que acostumbraba a comprar. Al pasar por una sección se detuvo, sin mirarla. La tenía a su derecha, pero hoy no tocaba. Un sudor le empezaba a recorrer la espalda.Las manos las apretaba contra el carro para que no se notase que empezaban a temblarle. El pasillo estaba vacío, nadie se iba a dar cuenta. Sus ojos querían irse hacía la derecha, querían tan solo echar un vistazo... Al final cedió. Poco a poco se giró y allí estaba, era la estantería de dulces y chocolate. La boca se le hacía agua, el corazón se le aceleraba. Cogió una tableta de chocolate, rápido, casi sin mirar cual, la puso en el carro y se alejó con paso rápido de ese mar de tentaciones. Cuando ya no estaba bajo la influencia de esa sección, aminoró el paso y recobró la compostura. ¿qué pensaría la gente si lo viesen correr por el pasillo?¿pensarían que está loco? ¿llamarian a la policía? Ya estaba cerca de la zona de cajas.

Dos personas delante y le tocaba a él.

Con su rigidez corporal habitual se mantenía en la cola esperando, prácticamente sin mover un músculo (no quería que la gente pensara que era persona extraña). Sus ojos querían bajar a mirar el chocolate que había cogido, ya que no sabía cual era. Su mente quería coger la tableta y dejarla antes de que le tocase. Hoy no tocaba comprar eso y no quería que la cajera le mirase raro por haberlo comprado.

Una persona delante y le tocaba a él.

El sudor frío le volvía a pasar por la espalda. La cajera le miró un momento mientras cobraba a la señora que tenía delante y apartó la vista para seguir cobrando. Eso era una señal. Él estaba convencido de que era una señal. Seguro que lo han visto por las pantallas de seguridad y han avisado a la policía. Lo habrán tomado por algún demente, un perturbado o peor ¡por un psicópata!. ¿qué debía hacer? ¿le daría tiempo a salir corriendo antes de que llegara la policía? Pero... ¿y el carro? ¿Qué haría con él? No podía dejarlo allí en medio ocupando espacio...

Le tocaba a él.

Decidió seguir con su rutina y arriesgarse. Se puso en la caja, volvió a saludar a la cajera, como era habitual. Puso todos los productos encima de la cinta transportadora. Uno a uno. Disimuladamente colocaba todos los productos mirando hacía el. En perfecto orden, del más barato al más caro, incluido el chocolate, cuando lo puso en la cinta un leve temblor le apareció en la mano, pero la cajera no se dió cuenta. A medida que le iban cobrando los productos el los colocaba en sus bolsas, bolsas nuevas, sin estrenar, vírgenes, que la cajera le había dado. Cuando la cajera le preguntó si tenía algún cupón de descuento, le dijo que si, que "ahora mismo se lo entrego". Cuando hablaba, saboreaba las palabras. Casi se le podía escuchar pronunciar las haches. Pagó le dio las gracias a la cajera por su amabilidad con una sonrisa estudiada durante 45 minutos en el espejo antes de salir de casa, como era habitual. Cogió las bolsas y se detuvo 5 segundos delante de las puertas automáticas, que abiertas esperaban que alguien las cruzara. Cogió aire y dió un par de pasos para salir de la tienda al exterior. Miró a derecha e izquierda, como era habitual, y no vió a ningún agente esperando así que se puso a andar dobló la esquina y se sentó en la parada del autobús a esperar que pasara el 27. Se tranquilizó, los espacios abiertos le tranquilizaban. Miró su reloj. Eran las 12:15 en punto. Estaba a su hora en el sitio que tenía que estar, su horario funcionaba a la perfección. Llegó el autobús y se subió, saludó al conductor con un buenos días, pagó en efectivo con el importe justo, como era habitual. Se bajó en la siguiente parada y esperó que viniera el bus 45. tardó 1:30 minutos. Llegó el autobús y se subió, saludó al conductor con un buenos días, pagó en efectivo con el importe justo, como era habitual. Se bajó en la segunda parada y esperó el número 37. Llegó el autobús y se subió, saludó al conductor con un buenos días, pagó en efectivo con el importe justo, como era habitual. Se bajó en la siguiente parada. Miró a izquierda y derecha, todo era extraño, fuera de sitio, pero nada parecía una amenaza inminente. Con su paso pausado y constante se dirigió hacia su casa, que estaba en la calle siguiente, al lado de la tienda en la que acababa de comprar, con lo que tenía que dar un rodeo andando para que no lo viesen pasar por delante y no pensaran nada raro.

Llegó a su portería abrió y picó al ascensor para que bajara. Mientras bajaba el ascensor se acordó que su mujer lo esperaba para comer. ¿cómo se llamaba?... Siempre le pasaba lo mismo, se olvidaba de su nombre y eso era un error. Subió hasta su casa. Entró dentro, dejó las bolsas de la cocina y fue hacia la habitación dondes estaba su mujer. Abrió la puerta y una sonrisa espontánea se le apareció en su estudiada cara ¡Laura! Pensó.

La habitación estaba vacía, sin mueble ninguno. El papel de las paredes estaba arrancado. En el suelo, una chica aterrorizada, estaba atada con unas cadenas que estaban sujetas a la pared, amordazada, con los ojos hinchados de tanto llorar.

- ¡Cariño! La comida estará lista enseguida – dijo saboreando las palabras- Espero que tengas hambre – y cambiando a un tono de voz más seco y desagradable – y que te portes bien, no quiero perderte, como pasó con la última -dijo...

... como era habitual.

martes, 25 de diciembre de 2018

Encerrado en mi altillo...

Despertarse, en un nuevo día, cuando el año ya llega a su fin.
Miro hacia atrás, compruebo como he dejado a mi querido/odiado altillo y estoy satisfecho. He conseguido sobrevivir un año más en ésta ciudad de caos y malvivir.
Sé que el tiempo llega a su fin, la ciudad no tardará en ser consumida por ellos. Ahora ya no me buscan a mí. Han encontrado una presa más atractiva, más sabrosa, más numerosa. Me tomaban por loco, por demente. Me querían sacar de aquí y meterme en un hospital... Pero no les dejé. Ahora el problema lo tienen ellos, ahora van a por ellos y al final los consumirán. Conmigo lo intentaron de la misma forma, intentaron entrar en mi vida como amigos, como salvadores, pero yo ya sabía sus verdaderas y oscuras intenciones. Querían controlar mi vida. Querían que viviese como ellos decían y querían que dejara todo para empezar de nuevo. En su nuevo mundo. En su nueva era de razas limpias y puras. En ese mundo donde no hay lugar para la pena, la lastima ni la compasión. Ese mundo... donde el odio y la intransigencia gobierna y dirige los actos de la sociedad. Pero no, yo no fui con ellos, no me dejé atraer con sus falsas sonrisas y sus vidas fáciles.
Hoy, después de un año de recuperación, me puedo sentar y esperar. Compruebo mis cerrojos una vez más (¿cuantas llevo?). Cojo mi silla y la apoyo en pared. Me siento y contemplo mi obra. Todo está de nuevo en su sitio, ya vuelvo a tener en orden a mi querido/odiado altillo. Así que me siento mirando a la puerta y comprobando que nadie entre. Aquí, mientras se posa el polvo, capa a capa.