martes, 12 de febrero de 2019

El olor



*-**-**-* El olor *-**-**-*


Se levantó del suelo, el golpe le había cogido por sorpresa. El hombre que le había empujado era un imbécil. A parte de que era culpa suya, no paraba de gritarle. ¡ENANO! Le decía y otras cosas desagradables. Ya se lo había encontrado alguna otra vez en la tienda o en el barrio y era una persona insoportable, merecía que le diesen una paliza. Pero esas cosas no pasan nunca. Se levantó y se arregló su gabardina. Ya tenía lo que necesitaba, pero remoloneo un poco por la tienda para no volver a encontrarse con el tipo alto y grande.

Cuando daba vueltas iba mirando de reojo a la caja esperando a que se marchara esa persona tan desagradable. Se detuvo delante del expositor de chocolate ya que tenía buena vista de la caja y no le veían a él. Mientras esperaba, una tableta le llamó la atención. Era un chocolate que antes comía mucho, pero ahora hacía tiempo que él no comía. 

Él, ahora era él. Antes era ella. Hace poco menos de un año se sometió a una operación y cambió de sexo, de hábitos, de nombre y de familia. Había empezado aquí, en esta ciudad para tener una vida nueva. Su vida no era nada especial. Trabajaba en una fábrica de procesamiento de surimis. Su trabajo era asegurarse que los productos finales tuvieran el aspecto, el olor y sobretodo el sabor que buscaban. El sabor. Él era un especialista en modificar el surimi para conseguir el sabor perfecto, con todos los matices. Decidió darse un capricho, cogió la tableta y la puso en su cesto. Siempre compraba poco ya que no comía mucho. Cuando la caja estuvo despejada, fué hacia allí. 

La cajera se giró hacia él y haciendo un alarde de profesionalidad, una actuación merecedora de un Goya, le saludó, dándole los buenos días, sin que en su cara se reflejara el asco que le tenía. O eso creía ella. El aroma que desprendía el tipo metido en la gabardina, le hacía escocer los ojos. Había notado que entraba en la tienda incluso estando de espalda a la caja. Siempre el mismo olor. Un olor como a varitas de cangrejo. Muchas varitas. Él le sonrió y le saludó de forma cordial. Puso las cuatro cosas que había comprado para llevarse al trabajo para comer y le pagó. La cajera le cobró de la manera más rápida que le fué posible y cuando hubo finalizado la compra salió despidiéndose de ella y dejando olor a surimi por toda la tienda. 

Fué andando hasta su trabajo, ya que no estaba lejos. Cuando llegó dejó sus cosas en la taquilla y se puso a trabajar. Hoy estaba solo, pasaba muy a menudo, ya que casi todo estaba robotizado. Pasó su turno sin incidentes, pero cuando quedaba media hora para finalizar su trabajo, alguien llamó a la puerta. Bajó y allí estaba un "conocido" suyo. El trabajo en la fábrica no estaba muy bien pagado y a veces hacía trabajos "extras". El hombre de la puerta venía con  otros dos. Que llevaban una bolsa grande. Los dejo pasar y subieron por la escalera hasta la parte superior de la máquina. Abrieron la bolsa y dentro había un hombre desnudo, lleno de sangre. Lo cogieron entre los cuatro por encima la barandilla de seguridad, ya que era un tipo alto y grande, y lo lanzaron a la trituradora de pescado. La máquina hizo su trabajo y en pocos minutos ya no quedaba ni rastro. El que había llamado a la puerta le dió un abultado sobre y los tres se fueron por donde había venido. 

Dejó el sobre encima de su escritorio y empezó a buscar los saborizantes adecuados para que el surimi que saliera mañana compactado tuviera el sabor de cangrejo. 

Y su olor.


4 comentarios:

Unknown dijo...

No vuelvo a comer surimi

Bastian B.B. dijo...

Porque?? Si es super sabroso

Irma dijo...

👏👏

Irma dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.